"Cambio de agonías como de vestidos.
No le pregunto al herido cómo se siente,
me convierto en el herido."
"Mi yo no está contenido por completo entre mis zapatos y mi sombrero."
Walt Whitman.
Ser uno, devenir otro. No estar completo en un cuerpo en el que se desenvuelve del sombrero a los zapatos. Tal vez ése sea el destino de todo comediante.
Eso, sin embargo, no significa simplificar los tiempos y los espacios, ni eludirlos.
El comediante que habita la sala Raúl González Tuñón, se multiplica. Se multiplica en preguntas y en contradicciones. Pero a su vez, despliega una crónica, articula los tiempos ordenados de la historia. De más de una historia: la del hombre, la de la sociedad, la del arte, la del artista.
Entre el comediante y el público se establece, materialmente, la distancia. La transparencia, que permite la proyección, posibilita la percepción del actor que queda claramente del otro lado del territorio dividido. Son espacios demarcados de manera explícita.
Manuel Santos Iñurrieta nos regala una lección desde el escenario. En primer lugar, de actuación. Su trabajo sostiene una propuesta que no se constituye a partir del conflicto, sino de un discurso. Él mismo lo dice. Una puesta que es y que al ser habla de sí misma, pero también refiere al actor y a los actores, al teatro (en singular y en plural) y a los espectadores.
Crónicas de un comediante no se conforma con construir un relato cronológico de la historia de "un" comediante, sino que desde las cuevas de Altamira hasta el siglo XXI, recorre un extenso camino.
Y lo hace a través del humor, de las reflexiones metateatrales, de las preguntas retóricas, de las interpelaciones a espectadores hipotéticos, a interlocutores telefónicos.
Se detiene a pensar las palabras que usa, a relacionar situaciones cotidianas con pinturas, se inscribe en una historia de actuación, reconstruye las escenas de los otros, incluso cinematográficas.
El discurso que lleva adelante remite a la asociación libre, al devenir de la memoria, pero hay zonas en las que se detiene una y otra vez: la pregunta en relación con el para qué estar ahí y la afirmación respecto del valor del arte, irónico, absurdo, certero, verosímil.
Cruza de la historia personal a la social, y de la historia político-social a la del arte. En algunas ocasiones se pueden clasificar, en otras no.
Promete irse y no volver pero, eso sí, antes de cruzar el umbral, como todo comediante, shakespearianamente, pide aplausos ante el fin.