Skype, MSN, mail, teléfono: herramientas importantísimas a la hora de buscar a los artistas que andan dando vueltas por el mundo o que pasan la mitad del año en el otro continente. Lola Arias hoy vive en Berlín, donde estrenó That Enemy With in en el teatro HAU de Berlín, mientras reestrena en Buenos Aires Mi vida después, espectáculo que vuelve de una gira europea. ¿Cómo? Sí, señores. Esta personita tiene un solo cuerpo y no es que viaja como en la película Volver al futuro, sino que encontró la forma, con un equipo de trabajo muy sólido, de darle continuidad a los proyectos que empieza y de generar otros nuevos en diferentes ciudades del mundo.
Lola cuenta que hacer teatro en Buenos Aires implicó, en su momento, tener una doble vida: una en la que hacía trabajos por dinero que iban desde las clases de teatro y literatura o de español para extranjeros hasta la realización de encuestas sobre detergentes, y otra en la que era directora y escritora. "Pero Europa no es un jardín de rosas para los artistas extranjeros que trabajan de forma independiente", aclara la actriz, directora y escritora de obras como La escuálida familia, Poses para dormir o la trilogía compuesta por Sueño con revólver, Striptease o El amor es un francotirador. En Berlín, en vez de tener una doble vida como en Buenos Aires, pudo tener una sola: la de dedicarse a escribir y a hacer teatro y música.
"Pero por supuesto esta posición es muy frágil, porque hoy hay gente que se interesa en lo que hago y mañana tal vez no... Nada te asegura que, porque conseguiste fondos para subsidiar este proyecto, puedas financiar el próximo. En realidad, estás siempre en la cuerda floja", aclara Arias.
Por lo pronto Lola Arias no puede presenciar las funciones de Mi vida después en La Carpintería, pero faltan tan sólo unos meses para que regrese a Buenos Aires, ya que otro proyecto en ciernes la hará volver a su querida ciudad: el festival Ciudades Paralelas. Es éste un festival que se realizará primero en Berlín y después en Buenos Aires, curado por Arias y el director Stefan Kaegi, que consistirá en la realización de obras que sucederán en fábricas, edificios, shopping, parques, hoteles, "...lugares funcionales - explica Arias- que no son turísticos, lugares reconocibles que tienen una existencia paralela en todo el mundo, con formas de comportamiento local, pero con una serie de fórmulas y reglas que se repiten en todo el mundo". Para realizar este emprendimiento los curadores convocaron a un grupo de artistas suizos, alemanes y argentinos a pensar proyectos para un festival portátil que terminará su recorrido en el 2011 con sede en Zurich.
-¿Decidiste quedarte allá, o ir y venir? ¿Cambió tu forma de concebir el arte?
-Por el momento estoy viviendo en Berlín, pero tengo proyectos en Argentina también. Se repone Mi vida después y realizaremos el festival Ciudades Paralelas en noviembre. Mi plan es crear más proyectos de colaboración entre artistas argentinos y europeos que sean también proyectos interdisciplinarios para desarrollar formas de teatro que sean fronterizas entre las artes visuales, la música, la danza y la arquitectura. Creo que uno de los problemas de la escena de teatro en Buenos Aires es que está muy aislada de las otras artes. Los actores y directores van a talleres de teatro, van a obras de teatro y van a fiestas con gente de teatro. Pero no hay lugares de encuentro con escritores, con artistas visuales o con cineastas. Creo que hacen falta espacios de contaminación en los que artistas de distintas disciplinas puedan discutir y colaborar entre sí. En el festival Ciudades paralelas, la idea es tener una mezcla de artistas. Por eso vamos a tener, además de las obras en la ciudad, la Galería Pasaje17, donde algunos artistas visuales argentinos (Rodrigo Moreno, Julian D' Angiolillo, entre otros) van a mostrar fotos, videos, representaciones sobre la ciudad.
-¿En qué consiste éste portátil festival?
-Ciudades paralelas es un pequeño festival de obras que no suceden en el teatro, sino en cuartos de hotel, bibliotecas, centros comerciales, estaciones de trenes, fábricas. Espacios que existen en todo el mundo y que hacen que una ciudad funcione como tal, espacios reconocibles que tienen una existencia paralela en todo el mundo, con formas de comportamiento local. Para Ciudades Paralelas, Stefan Kaegi y yo convocamos a artistas argentinos (Gerardo Naumann y Mariano Pensotti), alemanes (Grupo Ligna), ingleses (Ant Hampton y Tim Etchells) y suizos (Dominic Huber y Cristian García) para que realicen intervenciones en espacios públicos. Los invitamos a crear auténticos observatorios de situaciones urbanas. Estas obras se proponen transformar espacios de uso cotidiano en escenarios temporarios para una ficción que modifique la forma de mirar la ciudad. Son intervenciones que posibilitan un acceso subjetivo a espacios concebidos originariamente para masas. En Berlín, Buenos Aires y Zurich las obras se ponen escena con historias, performers y espacios diferentes, pero con el mismo concepto en cada ciudad.
-¿Seguís trabajando con Ulises Conti abordando música y canciones?
-Ulises Conti trabaja conmigo desde hace seis años. Empezó cuando lo invité a hacer la música de Poses para dormir, y desde entonces trabajó conmigo en la música de todas mis obras. Hace unos años decidimos armar un proyecto que fuera sólo de música, donde pudiéramos dedicarnos a hacer canciones, a combinar textos literarios con música, donde pudiéramos experimentar sobre la palabra y el sonido sin que fuera teatro. En este momento Ulises trabaja también conmigo en Berlín. Él compuso la música de la obra That Enemy With in y toca el piano en vivo. Y además estamos preparando una serie de conciertos en Berlín donde se mezclan textos literarios y canciones.
-¿Podrías contarnos acerca de la experiencia teatral con las hermanas gemelas que realizaste en el teatro HAU de Berlín?
-Escribí That Enemy with in inspirada en entrevistas con las gemelas Esther Becker, actriz, y Anna K Becker, directora, y en las historias de otros gemelos y estudios científicos sobre ellos. Anna y Esther nacieron del mismo óvulo, y al mismo tiempo, se criaron juntas e hicieron teatro juntas. Toda su vida estuvieron en dos lados de un espejo. En su historia se hace visible lo que significa tener un doble: verte desde afuera todo el tiempo o tomar decisiones a favor o en contra del otro. Es una obra sobre la pérdida de la identidad, sobre la simbiosis que existe no solamente entre gemelos, sino entre padre e hijo, entre hermanos o entre esposos. Como una canción sin fin, una carta de amor al alter ego, un discurso de dos voces que comparten recuerdos, pensamientos, miedos, ficciones y resultados científicos. La obra es monólogo en stereo que habla sobre cómo construimos nuestra identidad en el espejo del otro.
-¿Cómo fue recibida Mi vida después en Europa?
-Con Mi vida después estuvimos de gira en varios festivales internacionales en Hamburgo, Zurich, Graz, Groningen, Berlín, Barcelona, Annecy. La diferencia de mostrarla en Europa y en Argentina es que en Argentina el público conoce las historias pero se sorprende por la forma de contarlas, por el humor y la intimidad, por los procedimientos de reconstrucción a partir de documentos y ficción, por el cruce de lo personal y la historia del país. En Europa el público no podía creer que lo que los actores contaban era realmente la historia de nuestro país durante la época de la dictadura. Les parecía irreal, como una película siniestra o un cuento violento y absurdo... Y a la vez, estaban muy conmovidos de escuchar la historia de una generación que carga con la historia de otra generación, cuyos rastros están borrados, incompletos.
-¿Cómo fue el proceso de trabajo de Mi vida después? ¿Cómo llegaste a una dramaturgia y puesta final con la historia personal de los actores?
-Cuando decidí el concepto de la obra, empecé a entrevistar a actores de mi generación y les pregunté sobre su historia familiar. Cada uno venía a verme con sus fotos, sus cartas, los objetos de sus padres. Así conocí muchas historias increíbles de mi generación. Elegir a los actores para protagonizar la obra fue bastante difícil porque había muchas buenas historias. Pero al final, lo más importante, fue que las historias mostraran distintas perspectivas para reconstruir lo que había pasado. Por eso era importante para mí, por ejemplo, tener en la obra a Carla, hija de un guerrillero muerto en combate y a Vanina, hija de un oficial de inteligencia que robó un bebé, en la misma obra. No para igualar las historias, sino porque las dos historias, puestas una contra la otra, permitían una reflexión más compleja sobre la relación de nuestra generación con ese pasado. Carla muestra los problemas de reconstruir la verdadera historia de un padre muerto en combate, sobre el que se perdieron casi todos los rastros; y Vanina, muestra los avatares de una hija que descubre que su padre robó a su hermano de la ESMA. En una historia uno ve la continuidad entre padre e hija y en la otra ve la ruptura irreconciliable entre un padre y una hija. Carla Crespo, Liza Casullo, Blas Arrese Igor, Mariano Speratti, Vanina Falco y Pablo Lugones participaron muy activamente en el proceso de construcción de la obra porque se convirtieron en investigadores de su propia historia familiar y en creadores del relato. Revolvieron cajones buscando fotos y cartas, hicieron preguntas a sus familias que nunca antes habían hecho, contactaron compañeros de sus padres, si éstos estaban muertos y discutieron conmigo cada frase del texto. Sin ellos, Mi vida después no podría existir.
-¿Por qué decidieron ir a La Carpintería, inaugurando este nuevo espacio teatral?
-Cuando decidimos que queríamos reponer la obra en Buenos Aires, nos deprimimos con la respuesta de las salas. Después de haber hecho dos meses de funciones en el Sarmiento, con mucho público, y de haber mostrado la obra por todo el mundo, a ninguna sala independiente de Buenos Aires parecía interesarle mostrar la obra, simplemente, porque no se podía armar y desarmar la escenografía en 30 minutos. Me encontré sentada frente a dueños de salas que no me hablaban del contenido de la obra, sino que lo único que decían era "yo tengo que meter 3 obras por noche", "no tengo donde poner tu escenografía", "técnicamente es muy complicado". Entonces me di cuenta de que las salas independientes tenían condiciones tan precarias, que la curaduría quedaba en segundo plano. Básicamente les importaba hacer muchas obras en pocas horas para cubrir los gastos de la sala, pero no les era tan relevante qué obra ni de quién. Y en ese momento aparecieron unas jóvenes actrices que me mandaron un mail diciendo que les había gustado mucho Mi vida después, que iban a abrir una sala llamada La carpintería y me preguntaban si quería mostrar la obra allí. Ellas son las únicas que realmente se comprometieron con la obra. Luego vimos cómo resolver los problemas técnicos que implicaba montar una obra con música en vivo, video, etc. Para nosotros, además, es mucho mejor estrenar en una sala nueva donde el espacio no está tan marcado por todas las otras obras vistas ahí.
-¿Qué lugar ocupa lo real en tus proyectos?
-Me gusta el teatro íntimo, portátil, impredecible, vivo. Un teatro donde los límites entre lo real y la ficción se borran, donde los espectadores y los actores corren un riesgo, donde tengo la sensación de que estoy asistiendo a algo irrepetible. Cuando hice Striptease, la obra con un bebé y su madre en escena, me di cuenta de que era increíble observar esa relación real madre-bebé mientras escuchaba un texto totalmente ficcional que no tenía nada que ver con los actores. Cuando empecé a pensar Mi vida después, quería que los actores mostraran el proceso de reconstrucción de la vida de sus propios padres a través de documentos: fotos, cartas, objetos. Quería partir de lo más real para llegar a la representación, a la ficción.
-¿Cómo trabajar con los elencos a la distancia?
-El reestreno de la obra es posible porque tengo un equipo de gente que trabaja mucho. Tengo la suerte de trabajar con una artista increíble que se llama Sofía Médici, que se ocupó de organizar y dirigir el reestreno. Además está Ariel Vaccaro reconstruyendo en La Carpintería una versión en miniatura de la escenografía que hubo en el Sarmiento, están Gonzalo Córdova y Gustavo Kotik tratando de reconstruir con 15 luces una puesta que era de 60 y están los actores, que colaboran en conseguir las cosas que se necesitan. En fin: ellos son responsables y cargan sobre su espalada la obra, porque también es de ellos.
-¿Qué reflexión te merece el Ciclo Biodrama que se realizó en el Teatro Sarmiento?
-Me parece que el ciclo Biodrama y la labor de Vivi Tellas dentro del San Martín fueron muy valiosos. Fue la primera vez que alguien dentro el teatro estatal invitaba a otros directores a partir de un concepto y no simplemente invitaba a directores para hacer un texto de otros o propio. Además, a partir de Biodrama, se abrió un terreno de investigación sobre lo real que estaba ausente de la discusión en el teatro. Creo que muchas obras que abrieron nuevos terrenos en el campo de la representación nacieron en ese ciclo.
-¿Cuáles son tus próximos planes o en qué estás investigando, reflexionando?
-Tengo dos ideas dando vueltas para el próximo año. Una es hacer una obra donde solamente estemos en escena Ulises y yo, con canciones y textos sobre cómo es vivir en un país que no es tuyo, donde no tenés la lengua ni el contexto histórico, donde sos un outsider. Y el otro es un proyecto que vengo arrastrando hace tiempo sobre la melancolía y la depresión clínica. Es un proyecto que quiero hacer con mi madre, que sufre de depresión hace años. Pero es una idea que quizás me lleve mucho tiempo concretar.
-¿Qué extrañás y qué no extrañás para nada de Buenos Aires?
-Extraño a mis amigos, el ruido infernal de la ciudad, los perros y gatos que andan sueltos, el olor de la calle, los antros de la perdición, los polirubro que tienen locutorio-kiosco-librería-disco y están abiertos toda la noche. Extraño a mis padres, la sonrisa de los travestis cuando salgo a correr por los lagos contaminados de Palermo, los teatros en miniatura donde conoces a todo el público, las fiestas en casas de desconocidos, la pileta de natación de la esquina de mi casa donde siempre veo a los niños que aprenden a nadar, las manifestaciones...
No extraño para nada la violencia de los automovilistas, los tipos que te dicen barrabasadas en la calle porque llevas pollerita, el fascismo de las señoras con labios y tetas de plástico, el snobismo de los jóvenes decadentes, no tener monedas para el colectivo y tener que comprar cualquier cosa en el kiosco.