Bernardo Cappa tiene varios espectáculos en cartel: Los Rocabilis, El Bergantín, La Funeraria y Amor a tiros. Ha iniciado estos trabajos con un gran grupo de personas que hoy conforman para él "una comunidad". En esta estimulante charla se introdujeron varios temas que tienen como eje sus reflexiones sobre el Instituto Universitario Nacional de Arte (IUNA), los cambios en su obra a partir del abordaje que realizó en el Sportivo Teatral y las expectativas fundadas en las ganas y nuevas formas de agruparse como un sentido renovado para hacer teatro.
Cappa ingresó por concurso el año pasado al IUNA, como titular de la cátedra de Actuación de primer año y titular en una de las cátedras de Dirección y Puesta en Escena.
-¿Cuál es tu visión del IUNA hoy?
-Observo una actitud más vital que antes. Se está cuestionando, en el buen sentido, qué es lo que le enseñamos a los alumnos y de qué manera se puede organizar la enseñanza. Los docentes de actuación tenemos un espacio de encuentro y reflexión sobre muchos temas. Nos preguntamos cuál sería el perfil del ingresante y "egresante" de una universidad de arte. Ciertos planteos tienen que ver con no pensar nada como dado. El hecho de que los cargos sean concursados es muy bueno y existen las condiciones para generar un ámbito de reflexión. Hay muchísimas discusiones en función de cómo debería ser el espacio del IUNA. A mi entender, debería revitalizarse más un lugar donde se produzca teatro. Un lugar público, que además es un ámbito gratuito, que tenga vitalidad. Un espacio para producir, aprender, generar ensayos y pequeñas muestras, un lugar en el que siempre esté presente la producción, desde primer año.
-¿Cómo debería ser ese espacio, según tu criterio?
-Vital y estimulante. Existe la discusión por lo académico, por cómo debería recibirse un alumno que pasa por una universidad del teatro, pero creo que ese concepto debería estallar y perder solemnidad. El alumno debería tener, simplemente, una experiencia real y no un aprendizaje acumulativo. Además, no debería tener un perfil, porque no existe un mercado que solicite un tipo de actor/actuación o director. El mercado hace todo lo contrario, tiende a dispersarse.
La universidad debe dar las herramientas creativas para producir, ser un lugar para juntarse, organizarse y contener todo esto. El alumno tiene que tener un diálogo permanente con lo real, que en este momento pareciera ser lo creativo en todos sus aspectos: cómo juntarse, cómo realizar un espacio, cómo producir y saber, cada vez más, para qué uno se junta con gente, porque los espacios establecidos tienden a desaparecer. La idea de espacios como el San Martín, el Cervantes o el Colón producen en el imaginario las ganas de no ir, y el IUNA, también como espacio establecido, debería luchar por no formar parte de este imaginario para sus alumnos y para los demás. Creo que hay mucho por descubrir en el teatro: nuevos mecanismos de seguir haciendo, nuevas posibilidades, formas desconocidas, tal vez, hasta ahora, de producción. Nuevos espacios y territorios concretos (no imaginarios) para hacer teatro. Parece que el teatro comunitario es más inteligente en este sentido que el teatro "culto", porque al teatro "culto" le está costando encontrar nuevas maneras de trabajar los territorios. Entonces, toda la idea de que una universidad debe ser el lugar que brinde saber, debería estallar.
Ésta tendría que ser un ámbito en el que circulara cierto saber, y en el que, también, se debería haber atento a los saberes, ya que las formas de lo teatral cambian todo el tiempo y por eso no hay ningún canon posible.
En este sentido, creo que los alumnos deben apropiarse de ese espacio. Tienen que creer en el derecho de volver a ocuparlo. Pareciera que esto es algo que se olvidó: estudiantes pensando en la universidad y haciéndose dueños de esa universidad. Un espacio apropiado genera ganas de actuar, genera contagios. Hay una película de un director griego en la que un hombre viaja por un lugar destruido por la guerra (pareciera ser el fin del mundo). Lo que me quedó de esa película (que no recuerdo el nombre) es que en el medio de ese gran destrozo, de un territorio lleno de escombros, hay unos tipos recitando unas poesías. Un mensaje esperanzador. En Buenos Aires la sensación es la de una catástrofe. Viene una gripe y todo pareciera ser tremendo. Es lógico que en este país una institución de arte como el IUNA esté como está. Por eso me parece importante generar contagio y que la gente pueda producir. No creo que haya que tener un saber para después poder producir.
Volver a agruparse
-¿Tu obra ha dado un giro importante en los últimos años? ¿A qué pensás que se debe este cambio?
-Sí. Reconozco el cambio. Claro. Lo que pasó es que yo me fui a España en 2001. Lo que vi afuera fue que lo que se valoraba en España de Argentina eran los procedimientos de actuación, porque ahí los actores no eran muy buenos. Hay allá un teatro de texto que se hace permanentemente. La forma de agruparse que tenemos aquí es lo que más me faltó en España. Y eso es lo que más me interesa hoy. Antes yo trabajaba escribiendo los textos primero y dirigiéndolos después. Creo que había algo donde la propia escritura entendía algo que después no siempre se comprendía para la escena. Cuando volví a Buenos Aires comencé a entrenar en el Sportivo Teatral. Y Ricardo Bartis trabaja mucho con el encuentro entre la gente y con ver qué hacer a partir de eso. Estoy muy interesado en pensar acerca de cómo la gente se agrupa.
-¿A qué te referís con agruparse?, porque vos no estás hablando de un grupo de teatro o teatro de grupo.
-La formas más tontas en que la gente se agrupa. Yo creo que un grupo contiene en sí mismo, potencialmente, una obra. Sólo hay que saber escuchar y dejar que la obra aparezca. La gente se junta y es como si uno dejase que la obra saliera, porque ya estaba intrínseca en ese grupo. El otro día le comentaba a Martín Otero que tenía ganas de que todos hiciéramos una obra.
-¿Quiénes son todos?
-Mirá: aunque resulte gracioso, hace poco organizamos con un grupo de gente ir a ver el partido de San Lorenzo a la cancha de Boca. A esa salida se sumaron todos los que trabajan en mis cuatro espectáculos y la gente nucleada alrededor de ellos. Éramos como treinta. Pensé que me gustaría hacer algo con esos treinta o más. Quiero decir: en los ´90 la queja era: "no nos juntamos". Y ahora creo que estamos encontrando la forma y las ganas de juntarnos. Creo que los grupos atentan contra el narcisismo del dramaturgo o del director y hasta de la propia actuación. El ejemplo de la película Magnolia, donde son muchos personajes y no hay líneas principales, da cuenta de esta idea. Entonces, trabajar en grupo implica un reto.
Hay algo de la nueva forma de agrupación que creo que tiene que ver con búsquedas políticas. La pregunta sería: ¿cómo nos agrupamos de nuevo, cuando la tendencia a aislarse es la rige? Siempre pienso ¿para qué hacés las obras? Y creo que toda esta comunidad que se generó de la gente que participa en El Bergantín, La funeraria, Amor a tiros o Los Rocabilis tiene en común las ganas de juntarse y seguir haciendo. Creo que no hay que ir en contra de los problemas. El teatro siempre ha asumido los problemas a su favor. La pura actuación debería ser el motor, ya que lo que quiere el público es ver gente actuando muy bien. Incluso esto es más importante que un buen texto o una buena dirección. Entonces, creo que hay que trabajar alrededor de la idea de cómo un grupo, con las formas que tiene de organizar la actuación o esa necesidad de actuar, produce ficción. Nuevas formas de producción u organización están trabajando en ver cómo se actúa. "La Argentina es el país de la mentira", decía Osvaldo Lamborghini, en La causa justa, por lo tanto es el país de la actuación, porque la mentira se sostiene actuando. Estamos en los inicios de un estallido, de algo que está renaciendo. Sin perder la individualidad, se dan movimientos más abiertos que decir "la obra de" o "la dirección de". Son movimientos mas estallados, movibles y producen nuevas formas de organizarse. Esto es muy estimulante.