Domingo, 13 de Octubre de 2019
Viernes, 23 de Noviembre de 2007

De areneros y diagnósticos

Por Mónica Berman | Reportaje a Maximiliano de la Puente, Laura Fernández

Laura Fernández y Maximiliano de la Puente tienen, al menos, un acontecimiento vivido en común: el hecho de haber sido premiados en un concurso organizado por el Instituto Nacional de Teatro, en su edición 2003.

Recuerdo que en aquel momento reseñé el libro donde se habían editado las obras y conocí, dramatúrgicamente hablando, a ambos autores. Él había escrito Yace al caer la tarde y ella, Eso esférico sobre el coso nuevo. Habían obtenido el primer y el tercer premio, respectivamente.

Este año descubrí (a veces uno anda distraído por el mundo) que estos dos jóvenes talentosos estaban ahí, con sus espectáculos y decidí ir a buscarlos para preguntarles en qué andaban.

-Para empezar por el principio, ¿cómo y cuándo comenzaron con la actividad teatral?

Maximiliano de la Puente:-Mi ingreso a la actividad teatral surgió originalmente desde la actuación. A principio de los ‘90 comencé a estudiar teatro con Miguel Pittier y Gabriel Correa. Años más tarde hice un taller con Ita Scaramuzza. Pero considero que mi formación estuvo en las clases de actuación con Rafael Spregelburd y en las de dramaturgia y análisis de textos dramáticos con Marcelo Bertuccio. El trabajo en los talleres de Marcelo, a los que asistí durante varios años, fue muy intenso, me marcó muchísimo y me posibilitó escribir gran cantidad de obras. En el ámbito de la dirección fueron centrales los talleres de puesta en escena de Rubén Szuchmacher, con quien tomé clases durante dos años. La mirada integral que tiene sobre la puesta en escena, como combinación de múltiples lenguajes, determinó mi modo de pensar en relación con la puesta de una obra. Con Spregelburd y con Matías Feldman comencé a trabajar como actor: una muestra que se llamó Bonsái: miniaturas teatrales, resultado de un seminario de teatro dictado por Spregelburd, algunas funciones de Fractal, que se planteó como una continuación del proyecto anterior; y especialmente las obras El viaje de Mirna y Candy, de Feldman. En 2003, participé, también como actor, en Bizarra, una saga argentina. Luego sentí la necesidad de parar, reflexionar sobre lo que estaba haciendo y ver si quería seguir en la actividad.

Laura Fernández:-Yo escribo desde hace mucho, pero hace algún tiempo entendí que esas voces podían convertirse en cuerpos. A partir de eso, cualquier otro tipo de producción literaria que no fuera la dramática, me resultó un poco mezquina. Supe que quería hacer algo para que fuera mimado, profanado, por otros. Ese rasgo fue concluyente, tanto como entender que el sentido de propiedad perdía toda vigencia. Es necesario asumir que todos son los dueños de un espectáculo, que la búsqueda de un autor es una tarea estéril. Reconocer esto me parece algo superador. No sé si existen muchas más esferas en donde esto se perciba con tal magnitud -dudo, casi convencida, de que la respuesta es no. Es decir, cualquier cosa estuvo y estará en las manos y en las mentes de otros, antes y después de nosotros mismos. Ésta es una característica del universo de lo teatral y de lo artístico en general. Así que empecé a escribir, luego a escribir teatro, con la frondosa guía de Marcelo Bertuccio, y después necesité acercarme desde un lugar más directo a la concreción de espectáculos (en una actividad donde el cuerpo es prioridad. Uno no puede tener como única arma una A4). Así que empecé la carrera de Dirección Teatral en el IUNA, que ya estoy concluyendo, y que me permitió, también, coquetear con la investigación teatral. En el marco de la carrera, probé montajes de mis textos. Y vi que eran posibles. Y así seguí, entusiasmada. Además, pasé por varias experiencias en asistencias de dirección, entre otras, con Rafael Spregelburd.

- Bueno, Maximiliano. Parece que seguiste...

M.D.P.:-Sí, y asumí la tarea de dirigir obras, porque entendí que, desde el lugar de la dirección, podía comprender y, de alguna manera, completar algunos aspectos del hecho teatral que no quedaban del todo claros para mí. Haber tomado la decisión de dirigir potenció y complementó los conocimientos y el bagaje previo que traía como actor y dramaturgo. Me hizo desconfiar de lo que supuestamente yo ya sabía, y rever los procesos de escritura de las obras que comencé a montar. Me vi obligado a generar un proceso creativo, ya no en soledad y desde el papel, sino en tres dimensiones, a partir de un hecho colectivo, como el que sucede en todo montaje, en el que se ponen en juego una pluralidad de miradas y subjetividades. Dirigí Yace al caer la tarde, luego estrené como director Hecho para la ocasión. Por otro lado, entre finales del 2005 y comienzos del año pasado, se realizó un montaje de mis obras breves Instantes en la noche fría y Caen pájaros literalmente del cielo en la ciudad de Barcelona, por la compañía VIA MORIA, del director teatral Fernando Griffell, en el Centro de Formación e Investigación Teatral La Casona. Esta fue también una experiencia muy interesante, ya que fue la primera y única vez en que alguien que no fuera yo, montó trabajos míos.

-Ambos tienen obras en cartel, por qué no cuentan un poco el origen, el proceso de trabajo.

L.F.:-Cien pedacitos de mi arenero partió del trabajo en la cátedra de Dirección Escénica de Luis Cano, en el IUNA. La obra surgió de una imagen puntual y de una pregunta bastante estúpida: en una película de producción hollywoodense, un hombre llevaba un cuerpo sin vida -porque él se había encargado de que así estuviera- a un basural lejano, para abandonarlo y separar lo más posible el cuerpo del delito del cuerpo del perpetrador. ¿Y si otro coincidiera con él en tiempo y espacio? ¿Y si además coincidiera en las causas? ¿Y en las circunstancias que lo llevaron a cometer semejante imprudencia, como matar a alguien? Estas torpes preguntas motivaron el trabajo, que es llevado adelante por Diego Brienza, Víctor Salvatore, Giancarlo Scrocco y Gabriel Urbani, en la actuación. Cuatro hombres cuya situación no sirve de mucho se conocen en un lugar que no conocen (y que tampoco sirve de mucho). Pero estos varones nunca se permitieron ser ineficaces, de modo que verán la forma de hacer algo con semejante desolación. La obra intenta ver cuál es el recorrido posible de esas relaciones entre ellos, en ese lugar y con los cuerpos mutilados de sus esposas, cuyos envoltorios terminan sirviendo más que las pobrecitas esas en vida.

M.D.P.:-Con respecto a Diagnóstico: rotulismo, que fue premiado en el concurso de obras teatrales Konex- Argentores, el texto nace fundamentalmente de dos situaciones: un tratamiento que estaba llevando a cabo con una fonoaudióloga, por un lado, y mi experiencia como actor, por el otro. Por el primer motivo, la obra se desarrolla enteramente en un consultorio. Considero que es un texto de dramaturgia de actuación. Un texto escrito para la escena, para ser representado, una comedia donde el humor y la tensión recíproca que se genera entre los personajes, emerge desde las diversas situaciones que deben atravesar. A lo largo de la obra, lo profesional se mezcla con lo personal permanentemente. De allí deviene el malentendido entre los personajes y las situaciones que remiten claramente a la comedia situacional de enredos. Las esferas de lo público y lo privado se tornan borrosas. La fonoaudióloga carece de vida privada fuera del ámbito profesional. Sólo podrá relacionarse afectivamente con sus pacientes. De ahí que la obra tenga un trasfondo claramente melodramático. Por otra parte, el hecho de que la obra transcurra en una escena única, sin apagones ni quiebres temporales, favorece la posibilidad de mostrar el arco de transformación de los estados emocionales de los personajes, en la medida en que cada personaje es concebido como portador de contradicciones múltiples. En este sentido, se aleja de la estructura de comedia: la pieza narra esa situación jamás explicitada, se detiene en gestos, actitudes, mínimos pliegues que revelan el dolor de esos personajes, y manifiesta, a través de ese torrente de lenguaje, que todo padecimiento silencioso oculta.En la construcción del texto dramático trabajé explícitamente con textos cortos, a través de breves intercambios entre un personaje y el otro, buscando generar un ritmo, una música particular desde el propio texto, que se trasladara a la puesta. La precisión y la fluidez en las réplicas de los textos de los personajes, en los modos del decir, es una característica fundamental que ayuda a construir el mundo de la obra.

Otro de los puntos importantes de esta obra se vincula con la naturalidad y el hiperrealismo en la actuación que se busca alcanzar en el espectáculo. Una poética de actuación que construye sentido a partir de los detalles. Se trata de producir un efecto de extrañamiento a partir de acciones banales, datos, informaciones, hechos aparentemente insustanciales. Esto significa que lo cotidiano como simple hecho de ficción, produce extrañamiento: a las cosas banales uno no les presta atención hasta que son vistas desde afuera. Entonces lo cotidiano se convierte en espectáculo. Permanentemente los personajes intentan retener en vano lo cotidiano, que por supuesto se les escapa. Por otra parte, al trabajar en una sala amplia y espaciosa como la Sala D de Ciudad Cultural Konex, uno de los criterios de la puesta en escena en el que más hicimos hincapié con Carolina Zaccagnini, codirectora de la obra, y Karina Claramunt, quien diseñó la escenografía, ha sido el de la proximidad: se ha trabajado una acentuada cercanía entre el espectador y la escena, con el fin de que el público esté ubicado dentro del acotado consultorio de un ambiente en el que transcurre la obra. Buscamos, de esta manera, que el público participe de la incomodidad y el equívoco permanentes que al mismo tiempo generan y sufren estos personajes, y que esté atento al más mínimo detalle y al discurrir sutil de los actores en el devenir de la obra.

Otro elemento importante del proceso de ensayos es que, en este proyecto, los dos directores somos, al mismo tiempo, actores. Carolina y yo estamos prácticamente todo el tiempo en escena, lo que hizo muy necesario que tuviéramos una mirada de mucha rigurosidad y autocontrol sobre nuestros desempeños respectivos como actores, y en donde también la mirada sobre la actuación que nos aportaba Gonzalo Kunca, el otro actor de la obra, era determinante para tener un registro fehaciente y claro de lo que estábamos haciendo.

-Si les pidiera que aportaran un párrafo, una mirada al campo teatral contemporáneo, qué dirían...

L.F.:-En primer lugar, diría algo que es personal y es que la obra que co-dirijo con Julieta De Simone en el Apacheta, tuvo suerte, porque Guillermo Cacace, director artístico del teatro, permitió condiciones de trabajo muy favorables, situación muchas veces ausente en las políticas de varias salas. Las condiciones actuales de producción teatral no se acercan ni tímidamente a una situación saludable. Por eso, más allá de rescatar la capacidad artística de quienes construyeron la obra (me refiero, además de los actores, a Victoria Mc Coubrey y Mariano Arrigoni en lo musical y lo sonoro; a David Seldes en el diseño de luces; a Patricia Di Pietro en la fotografía; a Cecilia Stanovnik en lo referente al espacio), está bien hablar de compromiso. Porque, se sabe, raramente se ve un mango y, si se ve, esto es bastante después de lo que uno piensa que debería ser. Los nombrados trabajaron mucho, mucho. Como si desconocieran -aunque conocen- tal coyuntura.

Por eso, en general, se produce una especie de trueque artístico, según el cual se rotan posiciones en distintas producciones. Por ejemplo, otra de las obras que escribí que está en cartel, Galette surprise? cuenta con la dirección de Diego Brienza, que es actor en Cien pedacitos de mi arenero. En ambas, a su vez, actúa Gabriel Urbani. Y ya Víctor Salvatore había participado de otros trabajos de Brienza, también. Es reconfortante pagar lo que otro sabe y se apasiona en hacer, con lo que a uno también le mueve las tripas, además, por supuesto, de la confianza recíproca depositada en cada trabajo. Pero este sistema, en principio tan amable, deja afuera lo que tantos reclaman desde hace tiempo: el ocio. Estos esfuerzos son financiados, en general, con otros trabajos, más formales -y feos- ellos. Y de un domingo de sol, poco y nada.

De ahí que cuando se produce teatro y se va al teatro, ya nada puede ser visto sin lamentarse un poco por las personitas que trabajaron en la obra, que sí, están haciendo lo que les gusta, pero seguramente vienen durmiendo mal. Se trabaja meses y meses en un espectáculo, en horarios insólitos, rezando para que Coca-Cola no llame a los actores para un comercial en Colombia -pero, también, deseándoselo-, peleando por meter la escenografía en treinta centímetros cúbicos que da la sala, todo para estar muy pocas semanas en cartel. Estas condiciones regresan de una manera peligrosa: desde hace algún tiempo los grupos (¿grupos?) empezaron a asumir que, entonces, está bien hacer ocho funciones. Que con eso basta. Que las espesas experiencias que posibilita el teatro se reducen a un programa de mano para incluir en una carpeta personal.

M.D.P.:- Pienso que éste es un momento difícil para el teatro local, como quizás seguramente lo es para todas las actividades artísticas y para la cultura en general. Es muy duro hacer teatro hoy en Buenos Aires, por más que se estrene permanentemente una gran cantidad de obras. Quizás me equivoque, pero pienso que el problema principal no tiene tanto que ver con el número de obras que se estrenan por fin de semana, sino con las condiciones en que se hace teatro: por un lado, los espectáculos se estrenan y bajan a los dos meses, es decir, casi inmediatamente, sin darles la oportunidad a que las obras cumplan con un necesario proceso de consolidación, por otro lado, hay una inmensa concentración de salas en algunos barrios de la ciudad de Buenos Aires. La mayoría de las obras se reparten entre Abasto, Palermo, y no mucho más. Las entradas son muy caras, con lo que el teatro es cada vez más una actividad a la que accede, en exclusividad, cierta clase social. Y es así un fenómeno sectario que se agota en sí mismo. Son problemas muy complejos, que no pueden resolverse a partir de una única medida.

-Si tuvieran que recomendar un trabajo o un director o un dramaturgo...

M.D.P.:-En lo que respecta lo que vi últimamente, hay varios artistas que están haciendo espectáculos muy variados estéticamente y muy interesantes. Particularmente me interesaron muchísimo los dos últimos trabajos de Román Podolsky, Harina y Guardavidas.

L.F.:-Siempre espero con ansias un estreno de Ciro Zorzoli y de Rafael Spregelburd.

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