Diez escenas. Tres actores. Una hora y media. Primer subsuelo. Siempre me dijeron que pensando con lógica matemática las cosas se aclaran; por eso enumero. Se entiende, ¿no?
Los primeros gatos aparecieron hace 200 millones de años junto con los dinosaurios, convirtiéndose en un grupo principal y dominante cuando los grandes reptiles desaparecieron. Cada vez lo estudiosos encuentran más pruebas de que el primer lugar del mundo donde se domesticó al gato fue en Egipto; y como no podía ser de otra manera, ése es el lugar donde existen más leyendas sobre el animal.
Entre las historias más famosas de gatos, hay tres que se destacan: Cuando sucedió el Diluvio Universal, en el Arca no existía aún el gato. A medida que pasaron los días los ratones arrasaban con las existencias de alimentos y Noé, con gran desesperación, pidió a Dios enviara el remedio a tal situación. Del estornudo de un león salió la criatura que controlaría a los voraces ratones: el gato. Otra leyenda de origen griego, dice que la diosa Ártemis creó el gato para ridiculizar al león, que había sido creado por su hermano Apolo. Finalmente, la leyenda de origen musulmán dice que el gato nació a partir de la pasión que sintió un simio por una leona soberbia.
En resumen: el gato es uno de los bichos más viejos que hay sobre la tierra, viene del desierto egipcio, sirve para cazar ratones, nació de un estornudo, es la parodia del león o un híbrido entre él y los monos… y además pesca en Barrio Norte. Veamos.
Más o menos hace un año, el Teatro de la Comedia inauguró una segunda sala teatral, 1er subsuelo, con pinta de salón de baile, piso de parquet y barra incorporada. Me encantan esos lugares donde, como no hay butacas fijas, cada uno puede disponer el espacio escénico como se le cante (por más que en algunos casos, como por ejemplo éste, sea un entarimado con un montón de sillar arrimadas al estilo italiano). Pero además me encantan ese indisimulable salón de lujo de club de barrio, a una cuadra de Santa Fe y Callao. Mezcla de alta alcurnia y ambiente de novela de Juan Sasturain, sólo podemos esperar que el espectáculo que vamos a ver ahí, tenga algo que ver con Etchenike haciendo ballet. Y bué … más o menos. Casi como si fuera parte del show, una señora al salir del baño se lleva puesta una pata y tira media escenografía. Empezamos bien.
Con la increíble puntualidad de las 21.15, mientras los sonidos de una orquesta que parece estar afinando se acallan, dos actores entran a escena y, acomodando algunas cosas (armando, como ellos mismo dicen, esa escenografía de “imaginátelo todo vos”), crean clima sin necesidad de apagón. Cumpliendo una de mis fantasías más íntimas, uno de ellos desenfunda un arma y mientras apunta a la platea atónita, la conmina a apagar teléfonos celulares. En estos tiempos con la amabilidad no basta. Y cuando creo que el espectáculo va a comenzar, me doy cuenta de que ya van por la mitad.
Sin transiciones, sin presentaciones, sin demasiada alharaca, la obra nos introduce en el mundo de la ficción sin que nos demos cuenta, lima todas las asperezas que separan al arte de la vida cotidiana, los actores entran y salen de un lugar a otro con una naturalidad que despista. Explican, interpelan al público, juegan con varios niveles de ficción, pasan de personaje a performer, y una en el medio, muerta de risa. Porque además de todo hay humor, que viene a caballo de un melodrama digno de las 3 de la tarde en canal 9 Libertad: la historia de Joven, Horacio San Yar, un huerfanito que “llega a la Argentina en una balsa entre cientos de otros niños fugitivos deportados de las regiones bombardeadas en Irak”. Comprado y explotado por el vil y cruel Licenciado Magno, Hernán Moñua, el pobre niñito desamparado se refugia en su fantasía musical con su superhéroe personal: el gato que pesca, Diego Alcalá. Y como tristeza não tem fin, Jovin decide huir y termina haciendo un programa de T.V. en… Brasil. No sé con qué desayunan estos muchachos, pero que conviden.
Con una impecable dirección de Gastón Cerana, la obra se afianza en las actuaciones y despliega una visión cínica e irónica sobre el mundo, sobre las relaciones humanas, sobre el teatro, sobre la obra misma. Cuanto más surrealista se vuelve todo, más insisten en “¿Van entendiendo? No se preocupen, ahora viene una escena de refuerzo del tema”. Y desbarrancan más aún. Mezcla de varieté y music hall (aunque creo que es lo mismo), El gato que pesca dignifica el género y nos da una hora y media de delirio con “la luna, la pradera y la máquina de hacer chorizos”.