Viernes, 09 de Enero de 2015
Viernes, 15 de Septiembre de 2006

Un viaje por el interior femenino

Con el placer de la poesía, con la embriaguez que dan las imágenes pareidólicas (el resultado de la percepción real a la que se añaden imágenes fantásticas, como es, por ejemplo, ver figuras animales en las nubes), nos asombra A punto de ebullición de Mabel Dai Chee Chang, coreógrafa siempre ligada a la investigación de lenguaje para cada obra.

Por respeto al futuro espectador, no describiré lo que verán durante la obra, pero sí les advertiré que es un viaje sorprendente por un interior femenino, un universal interior femenino descubierto en el exterior de imágenes poéticas bellísimas. Y decimos universal, porque Dai Chee Chang traerá a la sala íconos que recuerdan su origen chino, pero también su estudio sobre las culturas norteñas, como el de su obra Vientos Rojos, toda ella tomada por un poncho y una lastimera voz como único acompañamiento.  ¿Reconocerá el mismo origen chamánico en el pasado del teatro chino y el de los rituales performáticos de la Pacha Mama sudamericana? No es lo más importante, sino cómo hace para que todo ello esté presente armoniosamente. Armonioso, como es la feminidad.

Las escenas se suceden en un ritmo lento, distinto al de la vorágine habitual, que ha teñido casi toda la producción escénica actual, sin relatar una historia, pero sí mostrando el desarrollo de una serie de imágenes pobladas de figuras, que no hace falta interpretar linealmente: efigies que cobran vida a propósito de la poesía clamada por una mujer -la misma Mabel- que tiende la larga mesa blanca de la familia ausente, el tango en un piano ausente de varón, tres pares de zapatos de otras mujeres/espaldas que flamean sus jóvenes piernas, vuelan, se abrazan. Las mesas serán una pared troquelada que observa,  serán un camino y la invitación para que mujeres/descabezadas nos miren con sus pechos, busquen con las manos, bailen con choclos y frutos reales.

Se le pide al espectador que tome la imagen no como objeto o el sustituto de un objeto o de una realidad sensible, sino en su realidad específica. Aquí la imagen es antes que el pensamiento. Para la imagen poética estorba la explicación psicológica habitual. Los objetos mimados propagan una nueva realidad de ser; así los objetos “son”, más que la realidad indiferente, más que la realidad geométrica que los define. Y los cuerpos sirven a tal efecto.

La mujer construye desde el interior, como el hombre desde el exterior. La mujer revive el acto rutinario y lo vuelve poético. “La poesía tiene una felicidad que le es propia, sea cual fuere el drama que descubre”, dice Gastón Bachelard.

La música de Gerardo Gandini y Juan Sebastián Bach es un acompañamiento óptimo, sutil. Y las tres intérpretes que forman las figuras de ensueño y a quienes jamás se les verá el rostro (María Florencia Martínez, Ana González, Amaray Collet), ponen especial energía en construir los personajes con sus partes menos sospechadas. Es una obra muy complicada de llevar a cabo en el plano corporal, en lo técnico y en la manipulación de los objetos en escena, que sería imposible sin la dedicación profesional de sus integrantes durante largos y cansadores ensayos. Lo bueno es que el resultado se lo merece.

Publicado en: Críticas

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