26/11/2014 17:40por Bela C 2 Es muy interesante en este tipo de Festivales donde dialogan un texto de un país con un director de otro país el entrecruzamiento mismo de ese diálogo; y eso siempre implica problemas, aciertos, hallazgos, en fin una búsqueda. El resultado mas rico es (a mi modo de contemplar), la polifonía de sentido. Creo y sentí que la directora y dramaturga Natalia Casielles supo resolver esto de una manera más que interesante. El texto era denso, complejo y con una fuerte impronta de lo retórico, pero los actores y la dirección supieron llevar adelante el discurrir de esas palabras que requerían de una presencia escénica constante y extensos monólogos. Creo que supieron llenar esos vacíos que todo texto ajeno (porque claro esta que no se trata de que sólo sea extranjero) presenta a través de un trabajo de puesta en espacio y de actuación muy atractivo.
Los que conocemos el trabajo de esta directora, sabemos que es muy diferente a este tipo de dramaturgia, pero Natalia Casielles logró demostrar en escena una fructífera convivencia con lo ajeno. Claro está que toda convivencia requiere de tiempo, vértigo y búsqueda, pero no es sin esta búsqueda que arribamos al mundo.
30/11/2012 19:36por Bela C 2 Ni bien entramos a la sala, nos acompaña el sonido incesante de un reloj. Las luces empiezan a bajar y el reloj deja de oírse, sin darnos cuentas ya estamos sumergidos en el universo Carrol. En escena solo hay una gran caja, que a simple viste parece un viejo mueble con cajones. Sobre ella, una niña da cuerda a una caja musical, el sonido sutil nuevamente nos sumerge a un universo remoto, podría ser un viaje a la infancia que alguna vez todos tuvimos. Esto es lo que Natalia Casielles en su extraordinaria obra nos invita a hacer, viajar y buscar por esos tiempos estancados y vividos de una niñez no tan lejana. El universo Carrol del que habla la obra, se impone desde el comienzo: Una niña con vestidos y polleras de muñeca que interpela por momentos directamente al público, le habla a un tal Lewis, le expresa su enamoramiento como también sus celos y reproches. Pareciera una niña como cualquier otra, hasta que nos dirige a un solo nombre: Alicia, y allí nos volvemos a sumergir en el mundo poético del genial Lewis Carrol y a su Alicia en el país de las maravillas. La escenografía desafía a casi toda la obra. A medida que se desarrolla el drama, lo que parecía un viejo mueble, se convierte por momentos en una gigantesca caja musical, llena de tesoros y también llena de historias. La niña se sumerge por recovecos, al mejor estilo surrealista, haciendo referencia aquí al genial Jan Svankmajer en su versión de Alicia. Solo vemos sus pies y oímos su voz desde adentro, el mundo de la niña no termina allí donde nos muestra la directora, sino también allí donde los gestos y palabras la transitan. La obra va creciendo a medida que crece el complejo de esta niña frustrada y llevada por los celos de otra niña, la favorita. De esta manera crece el drama y el conflicto, pero también las pausas en los recuerdos y juegos de la niña que nos llevan a pensar casi en una biografía. La pregunta que nos deja la obra por momentos es ¿Quién alguna vez no sintió celos por otra? Pero lo genial y quizás lo mas desafiante de la obra, es la transición que la directora quiere dibujarnos entre la niñez y la adultez. ¿Fuimos niñas o somos ya señoras, que somos? La niña con cara de jirafa se disputa su vejez, el paso del tiempo y la negación a todo esto. El miedo a que ese Lewis Carrol ya no la quiera mas es el motor de su conducta y sus movimientos, muy bien logrados por la única actriz en escena. Hay un juego de espejos que se desdobla: ¿Que niña no juega a ser señora y que mujer no sueña con volver a ser una niña? Este es el desafío de una obra como Niña con cara de Jirafa. Hacernos reflexionar sobre el tiempo y a dejarnos el sabor amargo de la victoria de aquel, aunque porque no, podemos hacer como hacen las niñas jugar al que el tiempo no pasa y seguir siendo niñas, como las muñecas.