25/07/2023 14:09por Matías 2 Y fuerte canto, canto, no sé más qué hacer en esta tierra incendiada sino cantar… (Fragmento de “Canto versos” de Jorge Fandermole)
El viento del desierto en la vigilia, como si matas fueran, los hace bailar. Primera danza entre tantas: augurio de una jerga cómplice que se afirma pies en tierra y ensaya su honesto decir con ires y venires, con giros y rondas, oración que bailotea en la intemperie cruel, tan lejos de todo, tan solos como están, abandonados. Así de grande el desamparo del que espera y nada más.
Pero en sus rostros y a pesar de todo, la esperanza. Como si fuera un deber, sin ley ni juramentos, un pacto irrenunciable con la vida y con el arte, que desvencija el absurdo, les instala en plena cara un gesto generoso y desvergonzado, y los desborda de expresividad. Así se miran y se ríen, así cantan y se enojan, así bailan carnavalito, así mastican palabras en versos y estrofas y el polvo, y enfrentan la desolación hasta arrancarle melodías al rumor afónico del desierto, que no mengua y azota.
Si hasta parece que jugaran, a puro oficio y poesía, como si no se pudiera hacer otra cosa en tan desafortunadas circunstancias.
“Tan débil soy que cantar es mi mano alzada…”
No hay consuelo en esa yerma inmensidad ni disimulo. Ni hay rumbo si al andar no avanza el paso. No saber es el castigo, saber tampoco. Los caranchos amenazan, tal es su instinto. La realidad oscila entre la desdicha y el sueño. Desesperar es por definición perder la calma, o la esperanza… y sin embargo: la sonrisa. Como en acto de protesta, revelándose al destino, alardeando la alegría.
Y es que los descalzos del barro, como los actores trashumantes, fueron aprendiendo a fuerza de lejura, que donde impera la desilusión, la risa brota como yuyito porfiado justo las juntas del pedrerío.
Teatro es agüita que doma el polvaredal y deja el terreno listo para el intento.
Persisten en esa suerte de odisea quieta y telúrica, los yeites de la vieja compañía. Insinuada tradición de circo criollo, aires de murga barrial, destreza clownesca, la comedia del arte –¿por qué no?–, a los gritos en la estepa a falta de plaza o tablado: convencido arraigo popular que, como en aquellos tiempos, construye personaje con retazos humanos y lo reivindica en la parodia. Se distinguen en el acontecer del cuento los resabios de la juglaría: la complicidad, sus avatares, música y aventura, los enredos, desencuentros, la emoción.
Y es que en este páramo que fuimos siendo, la sensibilidad –así como el viento que cala el paisaje, reseca la tierra y aviva el yuyal– no descansa. Los caranchos, también; mejor dicho: tampoco. Al final, se aprende.
Fueron matas, fueron piedras, fueron los actores. Quizás ya sean nomás olvido. Y aun así, no se resignan. Vuelven a decir el amor en una zamba conmovedora, que purga penas y despeja el corazón.
Vocación desmiente desesperanza, y desanda la espera hasta dejarlos andando.
“Yo canto versos de furia y fe
pa’ que me ayuden a estar de pie…”
Y cantan. Otra vez. Como entonces pero ahora, con el polvo en la garganta. Fuerte cantan. Y se escuchan más que el viento y la soledad. No son silencio. No son desierto.
Teatro es una lágrima pintada, un poncho abrigo, falda en vuelo, una guitarra y una promesa terca.
Desesperen los caranchos.
16/06/2020 15:15por Matías G 2 La experiencia fue interesante, con propuestas de dispar calidad: algunas intensas y muy logradas, y otras no tanto.
Opté por la entrada VIP, aunque no estoy seguro de que haya habido mucha diferencia con las propuestas que cubría la entrada general.