01/05/2011 03:44por Natalia F 56 “(…) ¿No podríamos atribuirle, por ejemplo, todas las responsabilidades a un fetiche perfecto y omnisciente, y tener fe en la plegaria o en la blasfemia, en el albur de un aburrimiento paradisíaco o en la voluptuosidad de condenarnos? ¿Que nos impediría usar de las virtudes y los vicios como si fueran ropa limpia, convenir en que el amor no es un narcótico para el uso exclusivo de los imbéciles y ser capaces de pasar junto a la felicidad haciéndonos los distraídos? (…) Yo al menos, en mi simpatía por lo contradictorio-sinónimo de vida-no renuncio ni a mi derecho de renunciar (…) sonriendo ante la inutilidad de mi gesto”. Oliverio Girondo
El Brío nos recibe con amor, un anticipo de lo que “El legado de Caín” pondrá más tarde a consideración de nuestra suspicacia. También nos convidan con vino, asocio con su Dios en la mitología clásica; patrón del teatro, inspirador de la locura y el éxtasis, comunicador entre los vivos y los muertos…tal vez sólo se trate de una asociación libre, si es que tal libertad existiera. Un espacio de irresistible sobriedad nos enfrenta a la belleza de 3 mujeres atravesadas por un pasado en la forma de otro lenguaje (a mi gusto, brillante intervención de las artes visuales en esta puesta). Conmovedora música acompaña desde la precisión lo perturbador que allí acontecerá. De elementales blancos y negros, la escenografía nos adelanta las inusitadas formas en las que puede devenir el amor, aquellas desde las que pueden explicarse y justificarse los actos más perversos o más cobardes que la especie ha consumado en todos los rincones del mundo a lo largo del tiempo. De elegante retórica y en la forma de un relato de tiempos oscilantes, ellas se ponen al cuerpo-de manera elogiable-la fuerza de una exquisita y profunda dramaturgia, explorando el lenguaje y el discurso hasta el paroxismo. Salen y entran de simultáneas acciones, del presente y del pasado, con augusta sensibilidad. Desnudan en cada decir lo frágil de la palabra; deifican, por temor, cicatrices de violencia en nombre del amor. Lo vulgarizan a la vez que lo endiosan. ¿Hasta dónde se puede honrar al genio? ¿Acaso es el sacrificio otra forma de amor? ¿Es perverso el deseo de trascender en el otro? ¿Es posible librarse en el amor de la fórmula amo-esclavo cuando ésta rige-inexorable-el resto de los vínculos de la vida capitalista? ¿Es hipócrita o valiente el esfuerzo por superar este binomio siniestro? Ellas se desarman, osadas y talentosas, ante lo atroz de su amor; cada una desde su posible, cada una desde su dolor, cada una desde su atribuido rol histórico (ya amante, ya esposa, ya ex esposa) sin dejar de compartir un solo instante el rasgo común que las devuelve a una precaria pero ancestral igualdad: lo femenino. Esta pieza, además de ofrecer una fabulosa mirada sobre Masoch; la perversión que lleva su nombre y su habilidad para la escritura-la de Quinteros también-, propone otra respecto del tratamiento social, liviano y ridículo del amor; desde las instituciones religiosas como el matrimonio hasta la cosificación de los hijos; los mandatos, los prejuicios, el ocaso del erotismo y las mentiras con las que negociamos convivir. “El legado de Caín” nos hereda las virtudes del amor libre y sano. Es esta una obra revulsiva-en el sentido de estimulante-de la reflexión sobre el universo humano de reacciones y sensaciones. Una acabada mímesis. La palabra en el escenario y el compromiso del artista con ella son, por suerte, inefables. Ergo, testimonien; verán que en rigor todos nacimos un poco fuera del paraíso o elegimos no creer en él, pero vivimos sometidos a una desenfrenada, torpe y accidentada carrera por encontrarlo.
El nombre
22/03/2011 12:48por Natalia F 56 “Soy una especie de baraja, de naipe antiguo e incógnito, la única que queda del mazo perdido. No tengo sentido, no sé de mi valor, no tengo con qué compararme para encontrarme de algún modo, no tengo nada que sirva para que me conozca. Y así, en imágenes sucesivas en las que me describo-no sin verdad pero con mentiras-voy quedando más en las imágenes que en mí, diciéndome hasta ya no ser, escribiendo con el alma como tinta, útil tan sólo para escribir con ella. Pero cesa la reacción y de nuevo me resigno. Vuelvo en mí a lo que soy, aunque yo no sea nada. Y algo así como lágrimas sin llanto arde en mis ojos secos, algo así como angustia que no hubo me oprime ásperamente la garganta seca. Pero entonces ya ni sé qué fue lo que lloré, en el caso de que hubiese llorado, ni por qué fue que no lo lloré. La ficción me acompaña como mi propia sombra. Y lo que quiero es dormir.” Fernando Pessoa
Hay aquello tan intenso que por tal no puede nombrarse; lo indecible. Aquello para lo que no existen palabras o si existieran, no las conocemos o tanto les tememos que daría igual. Palabras que están condenadas a ser tragadas, reprimidas, pausadas, negadas. Hijas del silencio, confinadas a la angustia de su propio encierro. Tampoco tendrán nombre porque no lo necesitarán; nadie nunca las nombrará. “El nombre” nos enfrenta con los dueños de estas palabras. Seres extrañados de sí mismos, anestesiados, desamparados. Míseros a su pesar. Abandonados en un tiempo y un lugar; víctimas de su insignificancia acumulan tensiones, renuncian a decir y decirse, se ensordecen y enmudecen todo el tiempo, se van y vuelven pero no están, nunca estuvieron. Duermen. Todo es sórdido en este hogar, mérito de este colectivo teatral. Los silencios son secretos, omisiones, misterios. Conviven estos personajes en un sigilo exasperante, casi en un engaño confundible con la verdad ausente que los une o los unió. Evadidos, se repiten-fantástica utilización de este recurso-y es a través de esa inútil repetición que nos cuentan del hastío, la confusión y la desesperación. Ocultan por cada vez que repiten. Dicen por no poder decir-interesante paradoja-están ausentes pero desde su presencia, no se miran, no se escuchan, fingen que se hablan; sobreviven entregados a una insoportable ficción que es su realidad. Una realidad atravesada por la elipsis, llena de interrogantes que se quedarán en nosotros, una realidad que no puedo nombrar pero que esta ahí… La escenografía de esta obra dice de la falta, de lo que no está. Vemos, los espectadores, lo que los personajes de este autor no quieren ver, y nos acostumbramos-cómo y con ellos-a esos vacíos. Las ventanas y puertas de esa casa se expresan con signos como el viento o la lluvia aunque a veces también les toca callar y su silencio es tan gélido como firme la madera que las compone. El espacio es muy bello, las luces y la música acompañan esa belleza con la inclemencia de lo que allí se contará.
No sé si un nombre es sinónimo de identidad, o de existencia, o de personalidad, o acaso de pertenencia. No sé si las palabras alcanzan para nombrarlo todo. No sé, tampoco, si el silencio pertenece al campo de la libertad o más bien al de la opresión. Me voy de ese teatro agradecida por tan vivo material y pensando, ya en el orden de la asociación libre, que el lugar de uno está donde está el otro y que sin ese otro, el lugar no es lugar y uno no es uno. Se es nadie, ninguna persona y ni siquiera un nombre puede devolvernos al mazo de dónde nos perdimos o dónde nunca cupimos. También me pregunto ¿adónde va todo lo que no se dice?...
Y me acuerdo de una canción…”¿Adónde van las palabras que no se quedaron? ¿Adónde van las miradas que un día partieron? ¿Acaso flotan eternas, como prisioneras de un ventarrón, o se acurrucan entre las rendijas, buscando calor?¿Acaso ruedan sobre los cristales, cual gotas de lluvia que quieren pasar?¿Acaso nunca vuelven a ser algo?¿Acaso se van? ¿Y adónde van...? ¿Adónde van?”.
26/01/2011 16:33por Natalia F 56 "No puedo decir que me sienta aligerado ni contento; al contrario, eso me aplasta.(...) La Náusea no me ha abandonado y no creo que me abandone tan pronto; pero ya no la soporto, ya no es una enfermedad ni un acceso pasajero: soy yo (...) Si me hubieran preguntado qué era la existencia, habría respondido de buena fe que no era nada, exactamente una forma vacía que se agrega a las cosas desde afuera, sin modificar su naturaleza. Y de golpe estaba allí, clara como el día: la existencia se descubrió de improviso. Había perdido su apariencia inofensiva de categoría abstracta; era la materia misma de las cosas (...) todo se había desvanecido; la diversidad de las cosas, su individualidad sólo eran una apariencia, un barniz. Ese barniz se había fundido, quedaban masas monstruosas y blandas, en desorden, desnudas, con una desnudez espantosa y obscena.( ...) Comprendí que no había término medio entre la existencia y esa abundancia en éxtasis. De existir, había que existir hasta eso, hasta el verdín, el abotagamiento, la obscenidad(...) Pero la existencia es una sumisión. (...) nada de lo que existe puede ser cómico; eran como una analogía flotante, casi inasible, con ciertas situaciones de vaudeville. Éramos un montón de existencias incómodas, embarazadas por nosotros mismos; no teníamos la menor razón de estar allí, ni unos ni otros; cada uno de los existentes, confuso, vagamente inquieto, se sentía de más con respecto a los otros (...)". Jean-Paul Sartre
"YA NO PIENSO EN MATAMBRE NI LE TEMO AL VACIO" despliega su poética en lugares complicados; vírgenes hasta hoy de esta calidad. Colocar en escena esa elevada y docta dramaturgia es, en principio, una misión epopéyica que este colectivo teatral lleva adelante con arrogante originalidad. Sucumbimos ante la bizarra cotidianeidad de estos personajes-que vence, no sin antes invadir, el pudor del espectador-personajes que dialogan desde el humor, la belleza, la provocación y la crudeza. Nos dicen del ser-humano y social-encarnado desde sus contradicciones y morbos, nos dicen de lo miserable de su sexo, de lo ignoto y relegado de su existencia, de la arista sórdida de la soledad y de la ironía que suponen las formas convencionales de existir, amar y expresarse. Puestos a resolver la paradoja que nos presenta el hecho innegable de espectar lo rechazable, transitamos la incomodidad ajena seducidos por la barroca y exquisita poesía del autor. Actores entregados al universo que se cuenta; poseídos, lujuriosos, conjurados con la carne y sus heridas, con su inevitable absurdo y su inexorable humanidad. Desde una estética de culto despliegan con talento y responsabilidad un material que evoca la fotografía de Witkin o los mundos narrativos de John Kennedy Toole o Michel Houellebecq. Una obra que podría pertenecer al grotesco o al esperpento, tal vez una pieza de avant-garde. Un vestuario que delata la esencia de cada personaje; un espacio escénico que acompaña lo luctuoso de las historias que nos atraviesan en la forma de monólogos aparentemente desvinculados entre sí pero inteligentemente hermanados en un único-y universal-vacío existencial. Música y coreografías, luces y sombras, palabras y gestos, neurosis e histerias, un desfile de otredades... Del ocaso de los ídolos, de lo obsceno de lo humano y del encanto-potestad-del teatro y sus hacedores; arte-y artesanos-capaz de mirar y contar lo atroz-o lo otro-con abundancia y magnificencia.
16/11/2010 23:10por Natalia F 56 “Creo que todos deberíamos vivir en un gran espacio vacío. Me gusta la costumbre japonesa de enrollarlo todo y guardarlo en armarios. Pero yo prescindiría hasta de los armarios, porque es una hipocresía… Todo en tu armario debería tener fecha de caducidad, al igual que la leche, el pan, las revistas y los periódicos, y una vez superada la fecha de caducidad, deberías tirarlo. Lo que deberías hacer es comprar una caja cada mes, meterlo todo adentro y a final de mes cerrarla. (…) Deberías intentar seguirle la pista, pero si no puedes y la pierdes, no importa, porque es algo menos en que pensar: te sacas otra carga de la mente. Yo ahora simplemente lo tiro todo en cajas de cartón marrones del mismo tamaño que tienen una etiqueta a un costado donde poner el mes y año. Sin embargo, detesto francamente la nostalgia, así que en el fondo espero que se pierdan todas y no tener que volver a verlas nunca más” Andy Warhol
Grotesco: estilo extravagante de arte. Me gusta. Dice de esta obra. Casi como si se tratara de un libro - la casa de la palabra-una historia tras otra se suceden-de la misma manera que lo harían sus hojas –una a una hacia adelante pero sin poder prescindir de aquella que la antecede. El relato, no como género sino aquí como recurso teatral, se construye y se deconstruye en el mismo orden que lo hacen sus personajes, desdibujando con intención-sabia elección-las anécdotas, que son episodios, que son historias, que son los pasados de esos presentes. El espectador reflexiona, reconoce el paso de tiempo; el de los personajes, que inevitablemente es también el propio. Los itinerantes narradores-fantásticos todos ellos-pretenden la objetividad, una suerte de neutralidad narrativa, que con el transcurrir de la obra también deviene diferente; lo que recuerdan por otros los emociona, los involucra, los atraviesa. Lo abrumador de la totalidad –sentido y sinsentido trágico-de la vida (o de esos 10 años, da igual) esta contado con majestuosidad, naturalidad, y talento. ¿Qué sería de la vida sin la capacidad de asombro? ¿Sería “la vida” sino fuera súbita, imprevisible y absurda? ¿Somos nosotros- como especie- animales capaces de ordenar los acontecimientos (capítulos, días, años, personas, objetos) que componen nuestra existencia? Inútil es pensarlo porque durante el intento, el tiempo y sus cosas habrán intervenido modificando, ferozmente, cualquier acercamiento a una respuesta. Falsa es la gimnasia de la comunicación, por momentos imposible. ¿Quién se explica el sinsentido de su naturaleza? Nos comunicamos para exorcizar los monólogos de nuestro pensamiento. Contamos, esta obra lo hace, para contarnos a nosotros mismos, en un desesperado intento por entendernos, con la vana ilusión de proyectarnos en un futuro cargado de expectativas presentes marcadas a fuego por un -siempre incomprendido y arbitrario- pasado. Causas y Azares.
Enorme despliegue de herramientas actorales, ajustada dirección, inteligente dramaturgia (moderna pero sin las características de la modernidad; lúcida, cotidiana, armoniosa, poética), interesante puesta, perspicaz escenografía, bellas elecciones musicales. Una obra sagaz; palabra que elijo para explicar- también ponderar- el teatro.
16/11/2010 01:31por Natalia F 56 "El designio de ser felices que nos impone el principio del placer es irrealizable; mas no por ello se debe –ni se puede- abandonar los esfuerzos por acercarse de cualquier modo a su realización. Al efecto podemos adoptar muy distintos caminos, anteponiendo ya el aspecto positivo de dicho fin –la obtención del placer-, ya su aspecto negativo –la evitación del dolor-. Pero ninguno de estos recursos nos permitirá alcanzar cuanto anhelamos. La felicidad, considerada en el sentido limitado, cuya realización parece posible, es meramente un problema de la economía libidinal de cada individuo. Ninguna regla al respecto vale para todos; cada uno debe buscar por sí mismo la manera en que pueda ser feliz. (…) Todo depende de la suma de satisfacción real que pueda esperar del mundo exterior y de la medida en que se incline a independizarse de éste; por fin, también de la fuerza que se atribuya a sí mismo para modificarlo según sus deseos. "Sigmund Freud (El malestar en la cultura)
Detenida en el significado de la palabra regla, en aquello de que se trata de un principio, precepto o máxima de un arte; pienso; ¿acaso vivir en sociedad no es un arte? También asocio su referencia a un orden que guardan las cosas naturales y por el que se desarrollan de un determinado modo. Pauta, método, patrón, guía, pasos, normas, usos, costumbres; todo vale para develar la forma -que nunca es una ¿o si?-de convivir con esa “sucesión de problemas ínfimos que exigen e implican una respuesta” y que son, podrían ser, la vida. Lagarce y su romance con la palabra, su inclemencia e inteligencia para proponer y desafiar al decir en escena. Todo esta ahí, en sus palabras, pero sobre todo está en la forma, arbitraria a los fines de su significación, en la que decidió compartirlas. El secreto está en decodificar lo exquisito de esa forma, a través de la profunda comprensión y de la cadencia que se le imprima a esa osada polisemia textual. Este Director-gigante-y esta hermosa y eximia actriz encontraron la energía exacta que necesita tamaño texto, los matices más sutiles-infinitos-el cuerpo y la escenografía-que es preciosa y precisa-para reflexionar desde la escena, dialogar con el espectador, hacernos reír con las ironías que caracterizan a la verdad, exponiendo-sino denunciando poéticamente-lo artero e inevitable de las reglas que nos constituyen como sociedad y como clase también. La descripción exhaustiva de los momentos-esa simbología que regla nuestro existir-contados desde una dulce aceptación y una rebelde negación; el equilibrio entre estas dos orillas es lo que hace que este trabajo nos sorprenda seducidos, involucrados. Las reglas de la vida desplegadas como definiciones ostensivas-persuasivas también-el lenguaje y Lagarce-una dupla infalible-y esta otra dupla talentosa-Rubén y Estela-que naturalizaron, alivianaron, lo trágico de vivir pautados. En palabras de Simone de Beauvoir: “(…) el hombre no es más que un accidente indiferente a la realidad del ser; está en la tierra como un explorador perdido en el desierto; puede ir a la derecha o a la izquierda, puede ir a donde quiera; jamás irá a ningún lugar y la arena cubrirá sus huellas”.A pesar de creer-yo-que ninguna regla vale para todos, hay un lugar para ellas, algo de “vivir como ser distinto y único entre iguales”… Exhortada a reflexionar sobre mis propias reglas me voy con la certeza de haber sido testigo de todas las reglas del teatro juntas; un todo perfecto. Lo digo…y lo creo.
28/09/2010 23:00por Natalia F 56 “(...) Y en cuanto mi yo se asoma, le aplico un golpe seco y preciso para evitar crecimientos invasores, pero también inútiles mutilaciones. Entonces ya puedo ser otra. (...).Este sencillo juego me ha impedido ramificarme en el orgullo y también en la humildad.(...). Mis poderes son escasos. No he logrado trizar un cristal con la mirada, pero tampoco he conseguido la santidad, ni siquiera a ras del suelo. Mi solidaridad se manifiesta sobre todo por el contagio: padezco de paredes agrietadas, de árbol abatido, de perro muerto, de procesión de antorchas y hasta de flor que crece en el patíbulo. Pero mi peste pertinaz es la palabra. Me punza, me retuerce, me inflama, me desangra, me aniquila. Es inútil que intente fijarla como a un insecto aleteante en el papel. ¡Ay, el papel! “blanca mujer que lee el pensamiento” sin acertar jamás.(...).Hasta el momento sólo he conseguido asir por una pluma el tiempo fugitivo y fijar su sombra de madrastra perversa sobre las puertas cerradas de una supuesta y anónima eternidad.” Olga Orozco
“rosa brillando” es una celebración en la forma de un elogio, muy personal e íntima; su manera-todos tenemos una-de enaltecer la poesía, el teatro, la música y las artes visuales. Un diálogo perfecto entre la propuesta y el escenario natural que la alberga. Pertinaz, como también lo será la palabra de Di Giorgio, algo de esta invocación persistirá en nosotros, desconozco cuánto tiempo y con qué fuerza, pero por suerte, así será. La poesía de Marosa, en la voz bella, firme y sensual de la actriz, es un vehículo-exquisito-del deseo; una síntesis del erotismo; un desafío a lo pasajero del romance y a lo efímero de la palabra vacía. Todo en esta puesta significa, simboliza, cuenta del amor. Del amor por la vida de la autora invocada, del amor de esta actriz por su trabajo, del amor por una estética de lo bello, del amor por compartir lo que estos artistas encontraron en esta poesía, aquello que los impregnó. Contrariamente a los tiempos modernos y al apuro que los caracteriza, aquí habremos de ver la rosa nacer, crecer, abrirse y brillar. Muy cercana al simbolismo como movimiento, “rosa brillando” es una obra de arte que comulga con la poesía, con el teatro, con la música-esa que nos hipnotiza en la soledad multitudinaria de nuestra butaca-con las artes visuales que completan lo extravagante de la puesta; formas angelicales y diabólicas, salvajes y urbanizadas, espirituales y sexuales, tímidas y osadas pero en todos los casos indiscutiblemente bellas y transportadoras. Ni diablo ni dios; una generosa y poseída actriz que se atreve a contar desde la canción, la palabra, el cuerpo, el humor y la sensualidad; la poesía ajena que hace suya y que contagia se funde con el paraíso que “Querida Elena” ofrece y con una escenografía que sugiere un antiguo y hermoso bodegón italiano (pintura de naturaleza muerta).De una estética elogiable. Ni Troya (y su Helena) ni Marosa (y su raza oculta) serán tan queridas como esta rosa que con su brillo nos convoca, nos cautiva, nos reencuentra con la angustia del deseo insatisfecho y nos rescata de allí con la cura del erotismo y el exorcismo de la palabra. Una tarde o un siglo, una luciérnaga o una mariposa, Marosa o esta rosa, Vanesa y sus detalles, muchos detalles. Lo eterno de la poesía, lo fugaz del ser que la engendra y la magia del teatro que le presta cuerpo, imagen, sonido, texturas y sabor. “rosa brillando” es una metáfora, sí, una enorme metáfora.
13/09/2010 09:22por Natalia F 56 "Sirvientas distinguidas, señoras ricas, prostitutas de buena familia,adolescentes que estudian, mujeres de todas las edades, ociosas o que trabajan ,y algunos hombres, cuando no temen parecer afeminados, tienen por costumbre exhibir en el dormitorio, en un marco bonito como si se tratara de un novio, un retrato de ellos mismos.(…) Hay también mujeres que en algún álbum costoso conservan fotografías de sí mismas, en distintas edades con distintos trajes y posturas. Si pululan en estas fotografías perros, amigos y parientes, es para disimular el amor que sienten por sí mismas. El cuerpo parece ajeno a nosotros; nunca nuestro como podría ser o darnos la ilusión de ser. Además, los cuerpos incesantemente cambian, como las personas de quienes nos enamoramos. Se transforman en algo peor, o mejor cuando tienen mucha suerte. El enamorado sigue los rastros originales del ser amado. Narciso se enamoró de Narciso: estaba menos solo que yo. Me enamoré de una sustancia volátil (…) La única superioridad que tiene esta sustancia sobre los seres humanos es que no envejece o que si envejece el hecho no se advierte. Cambia, eso sí: parece maternal a veces, frívola otras (…) suele llevar faldas (…) o bien estar desnuda (…)” Silvina Ocampo
Esta es una pieza que dialoga con los tiempos modernos; sí, con esa modernidad que, o nos fascina, o nos resulta insoportable (como la levedad del ser). O un poco de cada orilla (típico de la ambivalencia humana y de la neurosis femenina). Asocio de inmediato-en virtud de algunas acertadas elecciones de puesta-una pasarela. Ya Nueva York, ya Buenos Aires; no hay distancia con la que la globalización no pueda; hoy nos miramos todas en el mismo espejo. Una pasarela como el lugar dónde mostrarse (un cuerpo y, con suerte, un alma), el lugar dónde vender (el cuerpo y, si hubiera, también el alma), el lugar dónde competir, lucirse o desnudarse (de pensamientos, deseos, sueños, miedos, rencores; “evidenciar la significación inconsciente de las palabras y actos” como en el psicoanálisis). También un lugar para no estar solos. La compañía aliviana el peso, trae el ruido en medio del intolerable silencio, el eco en el vacío que nos empeñamos en negar; ese auditorio para dirigir-cada uno-su propia mentira. Ellas son jóvenes (y lindas), como el texto, como la puesta; “adorables” porque se juegan en escena y nos invitan a ese living dónde compartirán relatos plagados de recursos ingeniosamente utilizados; extrañamientos para poder decir (y decirse); coreografías y hermosísimas elecciones musicales. Se entregarán a una realidad que por más ajena que nos gustaría que fuera, es tan cercana y cotidiana como la mismísima maternidad; celebración que, en apariencia, las convoca, o una excusa, digo yo, para asistir al desfile de virtudes y defectos que las componen y las condicionan a la hora de elegirse y necesitarse. De una escenografía que dice de la diversidad: onírica, repleta de colores y texturas, estereotipada, así también ellas-las actrices-cada una se pondrá al cuerpo rasgos de la mujer moderna que pretende contar. Vestuarios que señalan personalidades. Lo espontáneo o el mandato cultural, el poder (falsa seguridad) que el dinero compra, la fantasía del amor ( siempre bienvenida), la moda, el sexo (y la vulnerabilidad de sus actores), la modernidad y su frivolidad, la batalla contra la soledad; esta obra atraviesa con gracia todos estos universos; los aúna en una mirada femenina divertida y sagaz. "Adorables criaturas” nos regala una foto (o seis) para nuestro portarretratos, un gesto dónde mirarnos. Un trabajo de dirección meticuloso y original. Ella, la directora, es también joven, y sobre todo, adorable. Ahí el secreto de sus criaturas.