09/08/2013 10:21por José R 25 Llego temprano y me invitan a sentarme, en una de las butacas, no frente a un escenario vacío, sino ya ocupado por los actores. Hay una televisión encendida, con un documental sobre un club de pueblo, y un chico me ofrece un mate. La luz de neón es brutal, pero es la misma a lo largo de toda la función. La obra no deja de comenzar.
La anécdota que El mal recibido juega a resistirse a contar, gana con la atomización, con la repetición, con el juego de montarla como si aún estuviese en proceso de montarse, porque en el último de los resúmenes es banal. Apenas lo suficientemente interesante para que nuestra parte más boba, la que necesita siempre que le cuenten un cuento, se entretenga y nos permita concentrarnos en el juego de los procedimientos: esos parlamentos fragmentados que a veces se superponen, a veces corrige el director de lo que (nunca) habrá de ser la obra, fragmentos que cuando se repiten, regresan con nueva significación.
Ahora bien, creo que esta veta en que el teatro presenta su propio devenir está ya en crisis, y necesita emerger de su propia fascinación metateatral. El mal recibido es un canto de cisne de esta forma de desgaste, y vale mucho la pena verlo, pero así, entendiendo que es el final de algo.
05/08/2013 11:11por José R 25 La obra es un crescendo, en que los personajes y sus relaciones se van volviendo más complejas, incluyendo a su núcleo ausente, la poeta y cross-dresser Fauna, que casi sería digna de formar parte del 'Precisionismo' del Saer tardío.
Los personajes cuentan historias que incluso cuando puedan ser lugares comunes, como hecho teatral, fascinan, rematan en imágenes memorables.
Mi objeción es que el final es absolutamente insatisfactorio. Pareciera que Paula no se animó o no supo qué hacer con el vuelo de lo que llevaba, aunque probablemente hubiera escrito un espectáculo de seis horas...
Nota aparte merece el hermoso espacio que es El Callejón (aunque haga mucho frío dentro).
04/08/2013 11:33por José R 25 El texto es entrañable, y el elegir a actores evidentemente castigados por la edad, crea una linda tensión entre el recuerdo y quien recuerda.
Ahora bien: ¿no valdría la pena señalar mediante la dirección las diferencias no sólo entre 1958 y 1980, el año de la acción dramática y de la escritura, sino acentuar las que existen entre 1980 y 2013? Esto añadiría interés a la puesta en escena en sí.
03/08/2013 10:23por José R 25 Beckett ha envejecido: lo que alguna vez fue radical, hoy es esperable. ¿No es sintomático que de pronto podamos concentrarnos en la actuación?
02/08/2013 23:53por José R 25 Y hasta cuándo el mismo coctel de lugares comunes. Peor: sin atreverse a los bordes que hasta este texto elemental parecería invitar. Qué gran diferencia la exploración con la relación entre mujeres de Doberman o entre hombres (y argentinidad) de Apátrida.
02/08/2013 19:51por José R 25 Funcionaría mejor como un monólogo de Alarcón sin necesidad de encarnar la doxa en otro personaje semialegórico y que contribuye poco, que no es el caso de la percusionista. Aunque efectivamente, hay momentos que se traba, para mi gusto lo aprovecha en su favor. El video sirve de muy poco.
01/08/2013 13:33por José R 25 El problema de la obra no es que los personajes se crean más inteligentes y cultos de lo que verdaderamente son, sino que la dirección y la dramaturgia son vacilantes. De pronto pareciera que los autores-directores no supieran crear el pliegue irónico que separa la acción de la percepción: esto es, caen en el mundo de sus personajes, no lo dominan.
Se entiende que la idea es que Ignacio y Lucas pasen de ser irritantes y pretenciosos a entrañables en su predecible derrota. Se entiende que parte de la obra es una exploración del silencio escénico. El problema es que esto es muy desafortunado en la práctica. La intención es prístina pero el hecho teatral fangoso. Por eso aburre.