29/09/2019 10:36por Sebastian D 12 Anoche Petróleo (obra de teatro) me dejó mucho lugar para la reflexión. ¿Dónde se construye "la" masculino? ¿En la cooperación entre artículo y sustantivo? ¿En el objeto de deseo? Martillo, pinza, petróleo. ¿En el sujeto de deseo? La mujer. ¿En la aspiración al machoalfazgo? ¿En la coincidencia cys? ¿En tenerla grande y larga? ¿En la negación de todo lo anterior? Petróleo invade todas estas construcciones sociales y las aplana. No hace falta una mujer en el escenario sino adentro de la la piel de cada hombre para descubrir qué nos hace hombres: la aceptación del otro. Ya sea el otro, un pozo lleno de armónicos, un ingeniero de certezas, una mujer de probabilidad, un miedo imaginario de presencia, un disputante de machoalfazgo de incógnitas. El otro como juez de poder. El macho alfa no es el que gana todas las peleas sino el que elige el otro: la mujer. Es ella quien erige o cancela al macho alfa. No el resultado del combate.
La gente reía en la platea. Nos reímos de miedo. Nos reímos por miedo a que esa transexualidad escénica baje a la vida diaria. Y no pensamos que la transexualidad propone mucho más que vestir ropas de otro género. Propone tal vez aceptar la dualidad que nos habita. Encontrar sentido a señales que alguien atribuyó a un determinado sexo. El patetismo de esos cuatro hombres, encerrados en una soledad, da vergüenza de género. Por suerte se animan a descubrir el otro que llevan adentro. Y lo gregario de esos machos se desvanece frente a la diversidad que encuentra cada uno dentro de sí.
Una obra que puede enfrentarse con la ingenuidad con que veíamos a Jorge Luz vestido de Porota, o con una bolsa donde guardar preguntas válidas.
22/09/2019 00:42por Sebastin D 12 Mientras se vuelan los campos. Cuando se vienen los cambios. Esta hermosa obra esconde detrás de un poco de humor el drama de la aridez. La aridez en el alma, cuando ninguna ilusión ya queda. A diferencia de las fábricas que se pueden demoler y reconvertir como los cuerpos que se pueden curar, corregir, y morir, el campo y el alma, no tienen un final demoledor. No tienen siquiera la posibilidad de la muerte. El alma sigue en pena y el campo sigue aullando aridez. Pero en esos infinitos del alma y el campo, algo tan simple como una gallina se puede eregir en ilusión. La ilusión del vasco enfrenta la derrota de Silvio.
Es poderosa la derrota. Cuando hay polvareda en nuestro horizonte, la derrota gana casi todos los rounds. Pero como el campo es infinito, la derrota jamás puede ganar. Sería un oxímoron que la derrota ganara. Y eso el Vasco lo sabe. Sabe que aún si todo lo que tiene es una gallina, tiene una ilusión. Y "a la final", como dicen en el campo, la ilusión es más contagiosa que los piojos de la derrota.
Los tres actores que iluminan la escena con el claroscuro derrota e ilusión, nos hacen llegar el incansable golpeteo de la depresión y la ilusión primaveral en forma de pequeños brotes de gallina.
Los campos se vuelan, los cambios se vienen, y a los que creen en la gallina ya se les ocurrirá algo para seguir esperando que la vida ponga huevos otra vez.
La obra, en medio de una polvareda, contagia ilusión. Por eso la pena vale la pena.
Sebastián de Amorrortu
01/10/2018 17:42por Sebastián D 12 La magia del buen teatro es poder volver a disfrutar la obra sintiendo algo distinto. Guaminí refleja mucho a la sociedad actual, donde todos apuntamos el incumplimiento de un dogma para esconder nuestras ambiciones y miserias. Con toques de humor y elementos de la tragedia griega (adaptados al 1885 de un pueblo), Guaminí ilumina mucho de lo que no queremos ver. Una excelente experiencia.
02/06/2018 19:39por SEBASTIAN 12 Una obra maravillosa. Una nueva lectura de Romeo y Julieta desde el factor biológico y no desde el dogma cultural. No es Romeo y Julieta sin embargo. Obliga a prensar en la endogamia de los pueblos, de las sociedades, y de los países. El guión es profundo, lleno de rima y de humor. Con elementos de tragedia griega, como un coro. La vi sin luz, porque se cortó a corriente. Me atrevería a decir que las penumbras le dieron mucho más realismo a una historia ambientada en el pueblo de Guaminí el 27 de febrero de 1887. Creo que es opera prima de Ulloa quien se perfila como una profunda y sensible relatora además de directora. Una mirada sobre los tabúes y el karma. Al igual que el Inestimable Hermano , del camarín de las musas, la temática de la forclusión paterna y sus consecuencias es central en la obra. Sospecho que será una obra muy valorada por el público, pues después de las risas, es insoslayable enfrentar la profundidad del tema principal. Muy recomendable.